Con mucha ilusión y alegría, aunque con cierta nostalgia, Sesma recordó ayer el duro, aunque gratificante, trabajo de los esparteros, un oficio que desapareció hace años pero que sirvió de sustento y de modo de vida de muchas de las familias más humildes del municipio.
Mari Sádaba, Rosario Etayo, Feli Etayo, Mª Carmen Soria, Tomás Goicoa, Mercedes Gurrea y Antonio Etayo se pusieron manos a la obra para enseñar a los asistentes los entresijos y las utilidades de esta planta silvestre.
"Con paciencia se gana el cielo", apuntaba Goicoa, al tiempo que mostraba una espectacular recreación del campanario sesmero que ha elaborado con mimo, cuidado y todo tipo de detalle utilizando el esparto. De hecho, todos los que se acercaron hasta allí no dudaron en alabar el trabajo del sesmero.
Y es que, insistía, en sus ratos libres, además de desmigar el pan para las migas del día de ayer, sigue haciendo detalles con esta planta salvaje;"la recojo en verano, que es cuando está madura, y después me entretengo haciendo diferentes cosas", comentaba al tiempo que mostraba pequeñas alpargatas, botelleros o cestas.
Ayer, este grupo de sesmeros contó con la ayuda de Aroa Pérez y Raúl Rodríguez, dos txikis de 11 años que se han interesado por el tema del esparto y, además de informarse sobre la historia antigua de Sesma, han aprendido a trenzar con esparto en los últimos meses.
Muy contentos con su debut, esperan que más niños y jóvenes se animen para que este día y esta tradición no caiga en el olvido y desaparezca, que es algo que muchos temen.
La feria contó con la tradicional degustación de migas de pastor, un manjar que se encargaron de elaborar Ángel Armendáriz, José Mª Palacios, Tomás Goicoa, Kiko Zábal, José Mª Roldán, Teodoro Lumbreras, José Vidal, Pedro Mª Etayo, Javier Olcoz, Nacho Asensio, Jorge Zábal y Aníbal Fernández.
Para elaborar las nueve perolas y las 2.500 raciones, tal y como explicaban, utilizaron 140 kilos de pan, 40 de picadillo, 16 de panceta, 6 de ajos, 24 litros de aceite, además de "agua y amor", como explicaban entre fogones.
Este año, desvelaban, utilizaron un poco más de picante pero apenas varían la receta y es que, aseguraban, "cuando una cosa está buena, para qué cambiarla".
Con ganas de que entren nuevas generaciones a aprender el oficio, aseguraban que, a pesar de tener que estar durante algo más de cinco horas haciendo las migas, el ambiente que allí se crea, el almuerzo y el compañerismo no lo cambian por nada.
La mañana festiva también contó con un gran mercado que rodeó la plaza así como con un taller de cerámica, ludoteca para los txikis, exhibiciones y una exposición de productos de la tierra.